sábado, 3 de febrero de 2007

Infancia

Uno, dos, tres. La vida sigue imparable, nos llena de infancias pasadas, de recuerdos dulces que quisiéramos volver a vivir. Al escondite inglés. El inglés que no aprendimos cuando niños, hace siglos, infancia lejana en la memoria, novias perdidas que nunca fueron novias, clases pequeñas, piojos. Sin mover las manos ni los pies. Niños inquietos, tímidos, niños peleándose en el barro, enfadándose para luego volver a ser los mejores amigos de la clase. Niños corriendo detrás de un balón sin tener en cuenta su equipo de fútbol. Te moviste, te la ligas. Un dos tres. Melancolía de las chapas en la carretera de tierra, melancolía de las canicas picadas, melancolía de los plastidecor y de las tijeras de punta redonda. Al escondite inglés. La lección sabida al dedillo, la tabla de multiplicar que siempre fallo en el siete. A ver siete por ocho, cincuenta y cuatro. Que no, que son cincuenta y seis. A ver otra vez. Sin mover las manos ni los pies. Niños como estatuas cuando nos contaban algún cuento, niños corriendo en los simulacros del colegio, botas de agua, el abrigo puesto del revés. A ver Sergio, ven aquí, ponte bien el abrigo. Venga ahora te la ligas tú. Un dos tres. La siesta en el colegio, cada uno con su cojín, el libro que hablaba de los piojos, los cuchillos de plástico que no cortaban para cortar la plastilina. Al escondite inglés. El pilla-pilla, los coches de juguete que volaban, la ropa llena de barro, los pantalones mutilados de jugar al fútbol como los profesionales. Pareces un ecce homo hijo. Sin mover las manos ni los pies. Me aburro, vamos a cambiar de juego. Los veinte duros del ratoncito Pérez, los Reyes Magos (ya en la ingenuidad perdida), los jerséis de lana de la abuela, la sirena del patio llamando a la fila, todos corrían a ser el primero. Siempre íbamos los últimos. Venga, cuentas tu, cien deprisa o cincuenta despacio. Cien deprisa. Y salir corriendo a esconderse detrás de un árbol, como si nos sintiésemos fugitivos, o alguno de los protagonistas del Equipo A. Noventa y nueve y cien, ¡voy!. Los dictados de clase, las redacciones que podíamos escribir libremente, los dibujos de intestinos, hígados, riñones, el sistema de alimentación de las plantas. Por Nico, por Isaac, por Zahara, por Juanmi. Corre, corre. Por mí, por todos mis compañeros y por mi el primero. Pero nadie nos pudo salvar de la juventud, del instituto, nadie nos pudo salvar de crecer; el país de Nuncajamás no existía, todo era una burla, una invención de los dibujos que nos engañaban, de aquellas películas que llevábamos a clase para verlas los días de lluvia. Los días de tormentas en los que todos mirábamos a la ventana asustados. (Y pensar que ahora a uno le encantan los días de tormenta). El ajedrez, el dominó, el parchís, los juegos de mesa a los que jugábamos cuando llovía y no podíamos salir al patio. ¿Seño, puedo ir al baño? Anda ve. Aquellos baños que nos parecían enormes y ahora son diminutos, o siempre lo fueron. Aquellos baños blancos, impolutos, libres de pintadas políticas, libres de amores de mierda, libres de miles de nombres de mujeres dejados a la mitad. Silencio en el baño. Después, todos nos peleábamos por beber agua al subir del patio. Siempre íbamos los últimos. ¿Y el aula de música? ¿Qué decir del aula de música? Aquel aula donde no aprendíamos música y ahora nos llama y hacen un grupo de música. Aquel aula donde sólo aprendí una melodía que ya no recuerdo. Jaque mate. Aprendimos a jugar al ajedrez en recreos de tormentas y ahora quisiera uno plantar un jaque mate a la vida, pero la vida me ha dado a mi un jaque mate. Pero nadie nos pudo salvar de la juventud, del instituto, de las chicas que conocí en clase, de los nuevos compañeros que no son iguales que los del escondite inglés. Nadie nos pudo salvar de nuestros sentimientos ya maduros, de nuestra idea ya definida. Qué dulce es el niño cuando niño, sin ideas políticas, sin ideas de futuro. Ahora nos obligan a decidir nuestro futuro cuando nuestro presente aún no está definido. Vivimos rápido y no nos damos cuenta de que vivimos. Nadie nos puede salvar ahora de la universidad. Nadie nos pudo salvar de la juventud, del instituto, de los suspensos, de los septiembres de exámenes, de las enemistades, de los exámenes con boli. Nadie. Uno, quisiera volver a jugar al escondite y no aparecer.

2 comentarios:

Alice ya no vive aquí dijo...

Me has inundado las comisuras de los ojos de una nostalgia compartida y sentida en las entrañas.

Yo también quiero jugar al escondite y no aparecer...

Me ha encantado.

Judit dijo...

Oh...tierna infancia..ojala pudiese volver a atrás y cambiar toda la mierda que me rodeó,seguro sería mejor persona;)
un beso guapo