jueves, 22 de febrero de 2007

Una rosa amarilla

Una rosa amarilla cubre tu cuerpo de ceniza ya. Una rosa amarilla, dulce y hermosa, como cuando tus veinte años y mi todavía no ser. Recuerdo esa cara joven tuya, de las fotos, de las descripciones, tu primer vestido y tus botas que compraste con tu primer sueldo. Y yo, todavía no era, sin embargo, me acuerdo. Es la prememoria, tu memoria, tu memoria en mi persona, mi memoria anticipada. Y de vez en cuando, papá te regalaba una rosa amarilla para vuestro aniversario, porque te gustaban las rosas amarillas.
De mi memoria surge aquel cumpleaños que no tenía nada que regalarte y te compré una rosa, una rosa roja, el hombre de la floristería no las tenía amarillas. Pero papá, papá de vez en cuando te traía una rosa amarilla, fuerte y vergonzosa, tímida, que a la semana se abría, y ocurría como en el poema de Huidobro "No cantes a la rosa, hazla florecer". Por aquel entonces, yo no cantaba/escribía a nada, y tú, con tu empeño de florista, con tu gusto por la rosas amarillas la hacías florecer hasta que inevitablemente, moría la rosa.
Ahora, tu cuerpo de cenizas ya, bajo una rosa amarilla a la que no canto, para que florezca, a la que llevo siempre conmigo, porque "no hay rosas sin espinas", y esas son las que me ayudan a desangrar mi memoria, la tuya, mi prememoria.

jueves, 15 de febrero de 2007

Un viaje en el Metro

Nota: desempolvando mis recuerdos, que son los folios que escribo, encontré esto que pongo aquí. No es más que un viaje en el Metro, de los ya innumerables realizados, pero un viaje atípico, un viaje que me arrancó una sonrisa, me robó los ojos y el corazón desapareció en algún túnel. La memoria aún reciente, ay.

Patricia es una dulce militar, de cuerpo esbelto y aparentemente frágil. Patricia es una militar con cara de niña/ninfa, de ninfa niña. Patricia viaja en Metro con el macuto militar a su espalda y dos enormes maletas más. ¿Te ayudo? Sí, por favor. Sé que Patricia, va a viajar en tren a Málaga. Hice de porteador y de guía. ¿Cómo se va a la estación de Atocha? Recorrimos el Metro, recorrimos la estación, cargados con uniformes militares, ropas femeninas, botas de servicio y de tacón. Subimos escaleras cargados con maletas, busqué un carro, fuimos a sacar el billete. Hubiera estado toda la tarde con ella, la hubiera hecho recorrer todo el Metro por verla, pero las maletas pesaban mucho. (No sé si me volví a enamorar otra vez. Seguramente sí). Tuve que volver a donde tenía que ir (malditos compromisos), la dejé en la cola de los billetes, a la espera de ese billete a Málaga. Ella no sabe cómo me llamo, yo sé que se llama Patricia. Ahora estará sentada en un tren, camino de Málaga; o quizá, ya haya llegado. Militar ingenua y hermosa, elegante y esbelta. Patricia. Y cuando salgo de nuevo del Metro, el niño muerto me espera en Sol, mirando el reloj. Sí, llegué tarde y tal vez, no quisiera haber llegado nunca. (Creo que me volví a enamorar). Ay.

martes, 13 de febrero de 2007

Me equivocaba contigo

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo.
Luis García Montero.


Me equivocaba contigo.
Me lo advertían las ojeras
de las noches de insomnio pensando en ti.

Me equivocaba contigo.
Me lo dijeron los garitos de mala muerte
las camareras infieles tras la barra.

Me equivocaba contigo.
Me lo sugerían las mañanas de resaca
con tu nombre.

Me equivocaba contigo.

Y ahora arrojaré el cielo al mar,
cerraré las calles y los bares
para así no verte.
Acabaré este poema como empezó,
lo acabaré para que desaparezcas,
y me dirás, sin mirarme a los ojos
no pensé que fueras así, Sergio
y yo te diré
nunca cambiarás, nunca
repitiéndote al mismo tiempo
me equivocaba contigo.

(Pero a pesar de todo y
aunque tú no lo sepas te inventaba contigo)

lunes, 12 de febrero de 2007

Cuando...

Para Alguien

Cuando estés triste y sin nadie a quien hablar
recuerda mi voz y lo que te repetí la última vez:

nunca cambiarás, nunca.

Cuando estés borracha y sola en noches amargas,
recuerda mi ebrio corazón acodado en la barra
bebiendo copas altas de pacharán sin hielo.

Cuando las lágrimas inunden tus ojos
recuerda aquellas otras, de aquella noche
de rones, alcoholes y pasiones truncadas.

Cuando la vida te golpee,
acuerdate de algunos versos que te regalé
de aquellas hadas verdes que te presenté.
Descarga tu ira contra este que escribe,
tus lágrimas, tus gritos y tus amarguras.
Después, empieza a olvidarme como yo te tengo olvidada
y comprende que el que tiene memoria, sufre.

Round 6

Suena la campana. Los púgiles vuelven al lugar donde habían concertado volver. Vuelven al punto exacto donde se quedaron. Tienen miedo, el miedo de ver al otro desnudo, el miedo del amor. Tienen temor, temor de no satisfacerse el uno al otro. En el ambiente, el perfume que emana del sexo, el ring como los lagos de Pokara y el grito del sexo que se funde en el ambiete. Suena la campana. Casi exhaustos, vuelven a sus esquinas.

sábado, 3 de febrero de 2007

Infancia

Uno, dos, tres. La vida sigue imparable, nos llena de infancias pasadas, de recuerdos dulces que quisiéramos volver a vivir. Al escondite inglés. El inglés que no aprendimos cuando niños, hace siglos, infancia lejana en la memoria, novias perdidas que nunca fueron novias, clases pequeñas, piojos. Sin mover las manos ni los pies. Niños inquietos, tímidos, niños peleándose en el barro, enfadándose para luego volver a ser los mejores amigos de la clase. Niños corriendo detrás de un balón sin tener en cuenta su equipo de fútbol. Te moviste, te la ligas. Un dos tres. Melancolía de las chapas en la carretera de tierra, melancolía de las canicas picadas, melancolía de los plastidecor y de las tijeras de punta redonda. Al escondite inglés. La lección sabida al dedillo, la tabla de multiplicar que siempre fallo en el siete. A ver siete por ocho, cincuenta y cuatro. Que no, que son cincuenta y seis. A ver otra vez. Sin mover las manos ni los pies. Niños como estatuas cuando nos contaban algún cuento, niños corriendo en los simulacros del colegio, botas de agua, el abrigo puesto del revés. A ver Sergio, ven aquí, ponte bien el abrigo. Venga ahora te la ligas tú. Un dos tres. La siesta en el colegio, cada uno con su cojín, el libro que hablaba de los piojos, los cuchillos de plástico que no cortaban para cortar la plastilina. Al escondite inglés. El pilla-pilla, los coches de juguete que volaban, la ropa llena de barro, los pantalones mutilados de jugar al fútbol como los profesionales. Pareces un ecce homo hijo. Sin mover las manos ni los pies. Me aburro, vamos a cambiar de juego. Los veinte duros del ratoncito Pérez, los Reyes Magos (ya en la ingenuidad perdida), los jerséis de lana de la abuela, la sirena del patio llamando a la fila, todos corrían a ser el primero. Siempre íbamos los últimos. Venga, cuentas tu, cien deprisa o cincuenta despacio. Cien deprisa. Y salir corriendo a esconderse detrás de un árbol, como si nos sintiésemos fugitivos, o alguno de los protagonistas del Equipo A. Noventa y nueve y cien, ¡voy!. Los dictados de clase, las redacciones que podíamos escribir libremente, los dibujos de intestinos, hígados, riñones, el sistema de alimentación de las plantas. Por Nico, por Isaac, por Zahara, por Juanmi. Corre, corre. Por mí, por todos mis compañeros y por mi el primero. Pero nadie nos pudo salvar de la juventud, del instituto, nadie nos pudo salvar de crecer; el país de Nuncajamás no existía, todo era una burla, una invención de los dibujos que nos engañaban, de aquellas películas que llevábamos a clase para verlas los días de lluvia. Los días de tormentas en los que todos mirábamos a la ventana asustados. (Y pensar que ahora a uno le encantan los días de tormenta). El ajedrez, el dominó, el parchís, los juegos de mesa a los que jugábamos cuando llovía y no podíamos salir al patio. ¿Seño, puedo ir al baño? Anda ve. Aquellos baños que nos parecían enormes y ahora son diminutos, o siempre lo fueron. Aquellos baños blancos, impolutos, libres de pintadas políticas, libres de amores de mierda, libres de miles de nombres de mujeres dejados a la mitad. Silencio en el baño. Después, todos nos peleábamos por beber agua al subir del patio. Siempre íbamos los últimos. ¿Y el aula de música? ¿Qué decir del aula de música? Aquel aula donde no aprendíamos música y ahora nos llama y hacen un grupo de música. Aquel aula donde sólo aprendí una melodía que ya no recuerdo. Jaque mate. Aprendimos a jugar al ajedrez en recreos de tormentas y ahora quisiera uno plantar un jaque mate a la vida, pero la vida me ha dado a mi un jaque mate. Pero nadie nos pudo salvar de la juventud, del instituto, de las chicas que conocí en clase, de los nuevos compañeros que no son iguales que los del escondite inglés. Nadie nos pudo salvar de nuestros sentimientos ya maduros, de nuestra idea ya definida. Qué dulce es el niño cuando niño, sin ideas políticas, sin ideas de futuro. Ahora nos obligan a decidir nuestro futuro cuando nuestro presente aún no está definido. Vivimos rápido y no nos damos cuenta de que vivimos. Nadie nos puede salvar ahora de la universidad. Nadie nos pudo salvar de la juventud, del instituto, de los suspensos, de los septiembres de exámenes, de las enemistades, de los exámenes con boli. Nadie. Uno, quisiera volver a jugar al escondite y no aparecer.

viernes, 2 de febrero de 2007

Diálogo de los muertos XXI

Dramatis personae

Un gobernador cualquiera del s.XXI (podría valer cualquier dictador también)
Hombre muerto 1º.
Hombre muerto 2º.
Hombre muerto 3º.
Mujer muerta 1ª.
Mujer muerta 2ª.
Mujer muerta 3ª con niño muerto en sus brazos.

Todos los personajes de la obra irán desnudos.