jueves, 29 de noviembre de 2007

Luces de aeropuerto

Solía pasar las noches alrededor del aeropuerto mirando las luces y aviones aterrizar. Algunas veces, se paseaba por los clubes de alrededor para consumir algun martini y ser succionado por los labios de alguna puta.
-¿Sabes muchacho?, me enamoran las luces del aeropuerto. Cada una de ellas representa algo para mí, mis miedos, mis soledades, mi estado de ánimo, las veces que me han derribado, las mujeres de las que me he enamorado... Sólo he viajado dos veces, y nunca he visitado las ciudades, sólo los aeropuertos, las noches de los aeropuertos.
Uno de ellos estaba perdido en Tanzania. Me sentí libre en Tanzania, me sentí un hombre grande, lleno de logros. Las únicas luces de aquel aeropuerto eran cuatro bengalas. Me sentaba en mitad de la pista y acariciaba la panza de los aviones como si fueran elefantes...
El otro aeropuerto fue el JFK, sentí miedo la primera noche, luego me fui acostumbrando. Las luces de aquel aeropuerto me marcaban objetivos, eran como planes que debía hacer, una familia, un trabajo... el JFK es toda una utopía, joder, lo verdadero, mi verdadero aeropuerto, está aquí. Sólo me gustaría ver las luces de una ciudad, las de Las Vegas... ¿qué veré de mí en esas luces?, dime muchacho.
-Sólo lo sabrás si viajas a Las Vegas...- y se marchó, se marchó camino de un club, de una luz o a su casa.

Volví unos días después a la pasarela donde solía pasar las noches de aeropuerto, las luces de la ambulancia destelleaban en la carretera, su cuerpo tendido en el asfalto, N-II, Carretera de Barcelona. Fui entonces a uno de los clubes que aquel tipo solía frecuentar, pedí un gin-tonic, y le di a una joven muchacha el billete de ida para Las Vegas.
Me queda el desconsuelo de que su cuerpo fue atendido por una ambulancia con tantas luces que ninguna pudo devolverle la vida, su luz.

martes, 20 de noviembre de 2007

Lejana habitación de hotel

Me juró haberse acostado con un tipo que era el mismisimo Correcaminos, y me aseguró no estar orgullosa de ello. Mientras tanto, en la mesilla, el despertador iluminaba las 7:30 de la mañana y una botella de Jack Daniel´s medio vacía.
Resonaba alguna canción de Andrés Calamaro en la habitación, y de vez en cuando me recitaba líneas de algún libro de Cortázar o se apretaba otro trago de whisky. "He quemado la novela que estaba escribiendo". Entonces, me la imaginé tumbada en la cama, envuelta en un gran edredón blanco, observando en la papelera de la habitación las llamas del libro a medio escribir. "No sé por qué lo hice. No podía dormir, algún que otro exceso... no lo sé, no me lo consigo explicar". Y sentía a través del teléfono sus ojos inyectados en lágrimas. Silencio. "Y vos, ¿seguís escribiendo imágenes?".
-Intento escribir una "road novel"
-¿De qué se trata?
-Todavía no lo sé, una especie de La Colmena del siglo XXI.
Y se apretó otro trago de whisky. Y arrugó otra página de su novela a medio escribir. El chasquido del fuego, el calor de esa novela, su cuerpo desnudo. "Y decime, ¿conservas aún esa fecha tan linda?"
-La conservo.
-Recuerdame cuál era.
-21 del 9 del 2007.
-Oh, que lindo número.
Y se apretaba otro vaso de Jack Daniel´s, desnuda y sensual, y colgaba el teléfono.
El caso es que nunca la conocí personalmente. No sé cómo consiguió mi número.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Breve

El taxista que me recojió anoche, conducía el taxi como si tocara el piano. Tanto es así, que sobre el capó del coche, la mismísima Edith Piaf restregaba su culo mientras oíamos su voz en la radio.

Las soledades selectivas de la vida.

No me gustan las luces de las ciudades. Las odio. Desde el cartel de bienvenida de Las Vegas hasta el de "Schweppes" de la Gran Vía.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Al

Para Alberto
Conocí a Al una noche, en un pequeño garito de rock & roll, perdido en medio de la ciudad. Le conocí después de un concierto suyo, al que no asistí. LLegué tarde, y estaba en ese momento en que el músico medita su retirada después de cada concierto, con una sin en la mano, con un boli y una servilleta. Desde esa imagen, supe que era un gran músico.
-Me gustan tus canciones, no están mal.
-No te he visto en la sala. ¿Tomas algo?
-Un gin tonic.
Y mi idea de que era un gran músico se volvió a reafirmar, aunque nunca le he visto interpretar alguna canción.
Abandonamos aquel garito, tan pequeño, que sólo podía colgar la guitarra de Bob Dylan en la puerta del baño unisex y empezaba a sonar "Hurricane" cuando salíamos de la sala.
Recorrimos la ciudad en un Chrysler Neon, musicalizado. Dios Santo, Al es una discoteca ambulante, un archivo musical. Y en los semáforos en rojo, mirábamos las piernas de las chicas cruzar, atravesábamos Gran Vía, con todos los semáforos en verde, escuchando a Lucinda Williams y parecía que el Chrysler estaba en su ambiente, parecía que recorríamos aquellas carreteras infinitas de Estados Unidos.
Paramos en bares y garitos a base de cerveza sin y gin tonic y me sacó una servilleta de su bolsillo con el carmín de la Jessica Alba del momento y una foto de la Harley con la que recorrió la Ruta 66. "Lo mejor, eran los hostales de dos estrechas, muchacho". Seguimos abriendo o cerrando garitos, seguimos viendo piernas de muchachas cruzando calles, parejas follando en los bancos de Doctor Esquerdo. Acabamos viendo un bolo de Chaouen, entre olor a marihuana, carmín en vasos de cubata y más piernas kilométricas de muchachas, que nos parecían demasiado largas para besar en una sola noche. Acabó el concierto.
-¿Dónde vas ahora muchacho?
-A buscar un hostal de dos estrechas.
Volvió a sacar la servilleta con el carmín de la Jessica Alba del momento. En esa dirección encontrarás a tu Jessica Alba.
-Prometo devolverte la servilleta cuando la encuentre.
Desde entonces, Al, ocupa ese asiento en el garito entre la amistad y la fraternidad. Ah, y con su negrita en la mano.
Y yo, encontré a mi Jessica Alba, o a mi Ingrid Bergman. Lo que no encontré fue el Hostal de dos estrechas, cierto es, que no me hizo falta llegar.