miércoles, 4 de abril de 2007

Alondras

He llegado a ver alondras en tus ojos, gaviotas sobrevolando el iris de mar de tu mirada. Tan sólo estaba sentado en un banco del parque, pero veía tus ojos y el horizonte del mar. Después, poco a poco iba anocheciendo, entre leves montañas, cada vez más cerca de arboledas perdidas, de las que me alejaba y volvía a acercarme por suaves carreteras. Pero simplemente, estaba sentado en un banco del parque. Te escribí toda de versos, de rimas, de alejandrinos, mientras en tus ojos seguían volando alondras y gaviotas que cada vez sentía más encima de mi espalda. Apenas un segundo después, o toda una noche antes, volvía a amanecer, alejándome definitivamente de bosques húmedos, de colinas vírgenes, de iris de mar. Observé todo el ritual de cuando una mujer se viste, intenté enterrar mi mano en tu pelo y entonces me di cuenta de que quizá sólo soy un niño enamorado de las alondras y un hombre enamorado de una ilusión. O tal vez no.
Llueven alondras en mi ciudad sin mar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

no digas que no, un hombre enamorado de una ilusión, siempre debe de estar vivo, nunca mantener la duda, no hay nada que pueda superar la ilusion, la ilusión es el alimento de la vida.