Vencejo. Fotografía tomada desde la ventana de la cocina
jueves, 26 de junio de 2008
Asfalto
Se extendía el asfalto a lo largo de aquella explanada. Nada más. Ni el sonido del aire, ni un pájaro, ni un quejido de nube. Ni un árbol, ni una hormiga. Solo el titilante brillo de las piedrecitas, como minerales, del asfalto. Corría desnudo por el pavimento, corría enloquecido, extasiado, alterado, nervioso. Iba sordo. O eso me hacían sentir. No notaba nada, ni siquiera el calor del brillo titilante del asfalto. Nada. Sólo el aire creado por la velocidad, la locura, el éxtasis, la emoción. Corría, corría ¡corría! No llegaba el fin, era como el vacío, una extraña sensación. Al rato, comencé a recitar en voz alta versos de Homero, algo de Petrarca "temo y espero, y del ardor al hielo paso,", Dante "La Justicia movió a mi alto arquitecto/ hízome la Divina Potestad/ el saber sumo y el Amor primero". Gritaba, gritaba y no me oía, el asfalto, como el cielo, me hacía sordo. Exhausto, caí sobre el brillo titilante del asflato. Brazos en cruz. Sobre mí, el cielo. Entonces, me sentí como un vencejo.
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