martes, 8 de abril de 2008

Aquella chica (II)

Volví a la mañana siguiente.
-Pensé que ibas a tardar más en volver.
-Yo creo que he tardado demasiado.
-¿Vienes por tu libreta?
-No, vengo por ti.
Y terminó de abrir la puerta de la habitación 69, para terminar de recibirme con la única ropa de su piel, envuelta por un edredón blanco de plumas.
-¿Tomas algo?
-Un gin-tonic.
-Un desayuno fuerte, chico.
Y mostrando su espalda, prepara la bebida en el mini-bar.
-¿Y esas ojeras?
-No he dormido en toda la noche.
-¿Qué habrás estado haciendo? Seguramente dando vueltas por la ciudad en ese viejo y trastabillado Chevrolet azul cielo tuyo.
-He estado pensando en tí.
A los pies de la cama, unas botas negras, en la misma posición que el día anterior. En el baño, quizá, el mismo vaho. En la mesilla, una cajetilla de tabaco rubio y un cenicero con un par de cigarrillos. Suena en la habitación, alguna canción de Ismael Serrano.
-¿Puedo darme una ducha?
-Todo tuyo el baño.
Y fui hacia allí, y me desnudé mientras ella me observaba desde la puerta. Luego, ella, dejó caer el edredón al suelo, y desnuda, se duchó conmigo, y allí, bajo el agua de la ducha recorrimos nuestros cuerpos con nuestras manos, como si fueran esponjas.
En la mesilla, la libreta negra, en la misma posición que el día anterior, con alguna ceniza del cigarrillo en la tapa.
-He de marcharme.
-Oye, chico, ¿tu nombre?
-Puedes llamarme J.B. ¿El tuyo?
Y me besó, eternamente. Me besó.

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